5 de mayo de 2011

Los escritores y el marketing de sí mismos (2)


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3. ESCRIBIR PARA NADIE

En su excelente Literatura de izquierda (publicado en la Argentina en 2004 por Beatriz Viterbo y aquí en España en 2010 por Periférica, cuya edición citaré), Damián Tabarovsky sostiene que la literatura que —desde su punto de vista— vale la pena tener en cuenta es la que se plantea desafíos con relación al lenguaje. Dice:

Si la literatura no se las ve con el lenguaje, entonces es cierto: no le cabe otro lugar que la academia o el mercado.


Es a esa literatura que se enfrenta al lenguaje y que camina por senderos ajenos a la academia y el mercado a la que él llama «literatura de izquierda».

Ese lugar en el que se escribe y se inscribe la literatura de izquierda, ese otro lugar que no es la academia ni el mercado, no existe. O mejor dicho: existe, pero no es visible, ni nunca lo será… (pp. 21-23)

La crítica al mercado y a la academia no presupone la implosión de ambos sitios, sino la búsqueda de otras zonas discursivas, de efectos políticos impensados, de escrituras impredecibles, presupone un más allá de lo realmente existente… (p. 31)

No se trata de ignorar el nuevo canon, de hacer como si nada hubiera sucedido; al contrario, hay que tomar nota, tomar debidamente nota de lo ocurrido, y después embestir contra ellos; atravesarlos, hacer saltar sus textos como salta la banca en el casino. ¿Qué ocurre con quien hace saltar la banca? Es expulsado… (p. 49)

La literatura de izquierda está escrita por el escritor sin público, el escritor que escribe para nadie, en nombre de nadie, sin otra red que el deseo loco de la novedad. Esa literatura no se dirige al público: se dirige al lenguaje. (pp. 20-21)

4. CUENTOS QUE SALEN A PELEAR A PROVINCIAS

DÍAS DESPUÉS DE aquella conversación con amigos, a punto de salir de casa, me di cuenta de que no llevaba nada para leer; me asomé a la biblioteca y manoteé Llamadas telefónicas, de Roberto Bolaño. No fue una elección al azar: desde un tiempo atrás tenía ganas de releer «Sensini».

Este cuento, que abre el volumen, narra la historia de un más que evidente alter ego del autor y su amistad «fuera de lo corriente» con Luis Antonio Sensini, un escritor argentino de prestigio exiliado en Madrid en los años de la última dictadura militar de nuestro país. Sensini vive con su familia en condiciones muy humildes y se dedica a participar en concursos literarios de provincias.

El propio Bolaño explicó después que el relato se basa en hechos reales, y que el Sensini del cuento fue, en la vida real, Antonio Di Benedetto. «Sus ingresos —describe el narrador— provenían de unos vagos trabajos editoriales (creo que corregía traducciones) y de los cuentos que salían a pelear a provincias. De vez en cuando le llegaba algún cheque por alguno de sus numerosos libros publicados, pero la mayoría de las editoriales se hacían las olvidadizas o habían quebrado. El único que seguía produciendo dinero era Ugarte, cuyos derechos tenía una editorial de Barcelona». Ugarte equivale, por supuesto, a Zama.

TAMBIÉN RELEÍ UN PAR de relatos más de Llamadas telefónicas. Uno de ellos, titulado «Una aventura literaria», vuelve sobre el alter ego de Bolaño, un escritor que tiene una relación de fascinación/envidia/burla con otro «de su misma edad pero que a diferencia de él es famoso, tiene dinero, es leído, las mayores ambiciones (y en ese orden) a las que puede aspirar un hombre de letras».

¿No nos sentimos todos los aspirantes a/aprendices de escritores —quien más quien menos— un poco como ese alter ego de Bolaño, como ese Bolaño joven y «más pobre que una rata», con respecto a los escritores de nuestra generación que son famosos y tienen dinero (o no tanto) y son leídos (o algo parecido)?

Sí. Si no todos, la mayoría sí. Si no siempre, muchas veces sí. (¿O hemos de creerle a García Márquez cuando dice: «Ni entonces ni nunca había escrito para ser famoso sino para que mis amigos me quisieran más»?) Sin embargo, el propio Bolaño también es otras respuestas: escribiendo en la soledad de los bares de Blanes, sin desesperarse por acceder a los círculos literarios barceloneses, enviando sus cuentos (como Di Benedetto) a pelear en concursos literarios de provincias. Escribiendo —a su manera— para nadie, en nombre de nadie, una literatura que no se dirigía al público sino al lenguaje.

Y ESA ES OTRA ELECCIÓN, que era lo que me interesaba decir. Si a finales de los setenta o comienzos de los ochenta a algún charlista, en algún centro cultural de provincias de España, le hubieran preguntado qué escritores jóvenes le gustaban, no habría podido responder con el nombre propio del autor de Los detectives salvajes. Pero si contestaba algo relacionado con los jóvenes que en ese momento estaban escribiendo en soledad y en el más completo anonimato obras maestras que saldrían a la luz en el futuro (como diría Arlt, al que citamos mil veces y seguiremos citando otras miles: «Crearemos nuestra literatura, no conversando continuamente de literatura, sino escribiendo en orgullosa soledad libros que encierran la violencia de un “cross” a la mandíbula»), a nadie le habría cabido mejor el sayo que a Roberto Bolaño.

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