9 de mayo de 2011

Otro mundo, acá al lado (1)


Primera parte de la crónica de un fin de semana en Fez, Marruecos

1. ¿TENGO CARA DE ESPAÑOL?

Me habían avisado que los marroquíes eran pesados, pero no pensé que tanto. Andar por las callecitas de la medina es un verdadero desafío para la paciencia. ¿Qué hacer ante los constantes llamados que llegan desde todas partes? Las innumerables ofertas de ayuda se encarnan sobre todo en niños, que te salen al paso a la voz de amigo, amigo, español, español. Si les llevás el apunte se te pegan como estampillas y después no hay manera de sacártelos de encima (bueno, sí hay una manera: darles dinero). Si hacés caso omiso de ellos (¿pero cómo?, ¿cómo evitar hacer contacto visual con alguno de ellos, si salen de abajo de las piedras, si hacia cualquier dirección en la que mires siempre habrá uno de ellos?) te persiguen, te persiguen, te persiguen, te persiguen, siempre en busca de sonsacarte la nacionalidad para saber en qué idioma desplegar luego su abanico de frases conocidas.


—¿Español? ¿Español?
No le das bola.
Italiano?
Nada.
English?
Como si pasara un carro.
Française?

 Ni cinco de pelota. Y sin embargo siguen para adelante, incansables, como si aprendieran de esos burros que pueblan las callejuelas, cualquiera de ellos mejor que el mejor vendedor con el que te hayas topado en cualquier calle de Buenos Aires o Madrid.

—¿Qué tal estás pasando tus vacaciones?

Siempre, antes que nada, español. ¿Tengo cara de español?¿O es porque la mayoría de los turistas que andan por aquí provienen de España? ¿O porque llevo puesta una remera que dice EL RASTRO? No: esta posibilidad la barajé el primer día, pero el segundo voy con una comprada en San Telmo, con inscripciones en inglés (reproduce los controles de un equipo de audio y dice: DISTORTION, FILTER, VOLUME) y todo sigue igual. 

—Español, amigo.
—Bienvenido.
—Porros para olvidar Zapatero.

Frases aprendidas de memoria, cuyos sentidos exactos quizás se les escapen. Como nosotros tratando de aprender frases elementales en árabe, cuya representación fonética nos viene en la guía Lonely Planet: «ssalamu ’lekum», «m’a ssalama», «shukran».

Solo en los pocos casos en que entablamos una suerte de conversación con alguien, cuando me dicen español, explico que no, que L es española pero yo soy argentino. Entonces la respuesta surge automática:
—¿Argentina? ¡Messi!


2. FÚTBOL A SOL Y A SOMBRA

Es evidente que los fasíes (los habitantes de Fez) son muy aficionados al fútbol. Las camisetas pululan aquí y allá, con un amplio predominio de los colores que, hoy por hoy, mejor representan al deporte rey: el blaugrana del Barcelona. Luego vienen la Roja de la selección española y el blanco del Real Madrid. También en este aspecto —no podía ser de otro modo— se nota la influencia y la cercanía de España, más allá del dato obvio de que esos dos clubes reúnen a los mejores jugadores del mundo y que la selección viene de ganar la Eurocopa y el Mundial.

Más atrás vienen las casacas de otras ligas europeas (Manchester United, Milan, Chelsea, Olimpique de Marsella, Inter, Liverpool), mezcladas con las del crédito local —el MAS, cuyos colores recuerdan a los de Peñarol de Montevideo— y… las albicelestes argentinas. Por supuestísimo: en la espalda, el 10 y las cinco letras mágicas: MESSI.

Pensar que crecí escuchando la misma anécdota por parte de la gente que podía viajar por el mundo: en cualquier rincón inhóspito donde dijeras «Argentina» obtenías una respuesta unánime: «Maradona». Ahora que yo tengo la posibilidad de subirme a algunos aviones y cruzar algunas fronteras, me pasa lo mismo, con un nombre propio aggiornado a los tiempos.

—¡Messi! —exclama un muchacho luego de que le explicara que L es española pero yo, argentino. Había abandonado su puesto allá enfrente para ayudar a un colega al que queríamos comprarle unos pañuelos y cuya ignorancia de nuestro idioma era ciertamente eficaz. Luego agrega—: Yo soy del Barcelona. Marruecos y Barcelona, lo único que me importa.

Me señala su chiringuito. Un enorme póster del team de Guardiola engalana la pared. Estamos en la calle Fez el-Jdid, principal arteria comercial del barrio el-Jdid, conocido como «la Fez Nueva». Pero lo del Barsa omnipresente: la ropa, las fotos, las banderas que se usan como manteles o cortinas…



La pasión por el fóbal genera un hecho inédito, increíble: entramos en una tienda de joyas y bijouterie, L tiene todas las intenciones de comprarse unos pendientes… y el vendedor no está. No sólo no nos salió al paso, no sólo no nos interroga sobre nuestra procedencia, no sólo no nos agobia con las bondades de sus mercancías: no está. Al rato llega, apurado, con la lengua afuera. Se excusa: estaba mirando el fútbol.

—Ah, con razón —dice L y ambos se ríen.

Yo los escucho con la vista fija en un televisor que el hombre tiene allí, en lo alto. Sí, tiene el fútbol puesto en su tele pero se fue por ahí a ver otro partido. ¿Y acá quiénes juegan? Acaban de anularles un gol a los de camiseta blanca, según el árbitro fue con la mano. Del videograph sólo entiendo que van 2 a 1. Evidentemente ganan los de camiseta oscura.

—Tunisia-Egypt —me informa el vendedor—. Egypt is winning. Egypt is in white.

No, los de blanco iban perdiendo, pero las dificultades idiomáticas me disuaden de decirle nada, sonrío. Él copia mi sonrisa y agrega:

—Just before, Madrid… —unió índice y pulgar para dibujar un circulito— Gijón… —y señaló con un dedo hacia ese cielo donde Alá, al parecer, es hincha del Barsa.

Reconozco que lo subestimé. Como se había equivocado antes, desconfié también de esta noticia. Sólo al volver a España confirmé que los odiosos blancos habían caído en el Bernabéu y quedado de ocho puntos de Messi & Cía. (Los mismos ocho puntos que ahora, mientras redacto estas líneas, cinco semanas después y con tres jornadas de Liga por jugar, los siguen separando.)

L le compró dos pares de pendientes. El hombre estaba contento.

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