2 de marzo de 2012

Autodeterminación y libertad




Dentro de un mes se cumplirán 30 años de la ocupación por parte de tropas argentinas de las islas Malvinas. Ocupación que derivó en una guerra, fruto de una trasnochada aventura de un grupo de irresponsables —por decirlo de un modo leve—, que duró menos de dos meses y medio, dejó un tendal de muertos, le dio aire a Margaret Tatcher para seguir gobernando en Gran Bretaña, aceleró la caída de la dictadura militar en nuestro país y nos hirió de tal modo que todavía seguimos sangrando.

Bastante agua corrió bajo el puente de las últimas tres décadas. Goles de Maradona, el cementerio de los caídos argentinos en las islas, el peluche de Winnie de Pooh de Guido Di Tella, etc. De manera reciente, el gobierno de nuestro país ha decidido volver a poner el tema en las tapas de los diarios. La cuestión de por sí abreva en lo más hondo de nuestro nacionalismo, pero en la actualidad el fervor patriótico se ve exacerbado y convertido en el más rancio patrioterismo de la mano del estilo kirchnerista, las patotas que responden al gobierno (que manejan no sólo los estamentos estatales sino también múltiples medios de comunicación, jactándose de su parcialidad al autocalificarse de «militantes») y, también, las personas de buena fe —entre las que se cuentan numerosos amigos míos— enamorados de la facción política que controla el Estado en estos momentos.

IMPONER UNA SOBERANÍA

Y resulta que a un pequeño grupo de personas, a diecisiete personas, se les da por decir algo raro. Raro porque se trata de un comportamiento que generalmente los seres humanos evitamos: decir en voz alta algo con lo que sabemos que la gran mayoría de las personas que nos rodean estarán en desacuerdo. No solo que solemos evitarlo, sino que muy a menudo, cuando nuestra opinión se opone a la de la gente de nuestro entorno, tendemos a pensar que estamos equivocados. Entonces sometemos esa opinión a mayores exigencias y mayores pruebas, las cuales ocasionan que esa opinión sea descartada o se refuerce.

A lo que iba: a un grupo de personas se les da por expresar una «visión alternativa» (así la llamaron) del tema. Afirman —entre otras cosas— que se debe tener en cuenta el derecho a la «autodeterminación» de los ciudadanos malvinenses, ya que no se puede «imponerles una soberanía, una ciudadanía y un gobierno que no desean». El documento está suscrito por Beatriz Sarlo, Santiago Kovadloff, Juan José Sebreli, Jorge Lanata, Pepe Eliaschev, Gustavo Noriega, José Luis Romero, Hilda Sábato y otras nueve personas (menciono los nombres y apellidos que, al menos para mí, son más conocidos).

MI POSTURA

Antes de seguir, aclararé mi postura al respecto: no estoy de acuerdo con el mencionado documento. Creo que a la Argentina la asiste la razón en su reclamo porque siguen vigentes los mismos motivos que me explicaron en la escuela unos poquitos años después de la guerra: causas históricas (las islas formaban parte del Virreinato del Río de la Plata y pasaron a formar parte de la República Argentina en el momento de la independencia, en 1816), políticas (fueron usurpadas por Gran Bretaña por medio de acciones contrarias al derecho) y, sobre todo, geográficas (se encuentran dentro de la plataforma continental argentina). Creo que es por eso que nuestro país recibe el apoyo de la comunidad internacional y que la disputa sigue en pie todavía hoy, casi 180 años después de la usurpación.

Y creo que la mejor salida al conflicto (no la óptima, pero sí la más ventajosa de lo que me parece posible) sería una solución al estilo Hong Kong, pero con plazos más breves: es decir, acordar que las islas pasarán a formar parte de la jurisdicción argentina a partir de, digamos, dentro de 20 años. De esa manera, se reconocería por fin la razón argentina y se les daría tiempo suficiente a los malvinenses para hacerse a la idea de que el territorio donde viven pasará a formar parte del país del que tan cerca han estado siempre, y que ellos puedan decidir si quedarse o irse o qué hacer.

MI MIEDO

Lo que me asusta (y no es una metáfora: de verdad me asusta) son las reacciones que ha generado el documento que habla de la autodeterminación. Al menos las reacciones que yo leí o escuché. Todas llevan una enorme carga de violencia, la mayoría también de insultos, agravios, calificativos como «traidores» o «vendepatria» o burlas porque son pocos. Muy bien. No seré yo quien defienda a esas diecisiete personas, que ya bastante grandecitas están como para defenderse solas.

El tema va por otro lado. ¿Un argumento, muchachos? ¿Alguien puede expresar algo parecido a una idea? Ya no se pide elevar el nivel de la discusión, sino que al menos haya discusión. Vamos, ni siquiera: me conformo con una charlita. Con algo que se diferencie de la actitud adolescente de burlarse en masa de alguien simplemente porque no se entiende lo que ese alguien dice, o peor, de la actitud barrabravesca de pedir la muerte de los contrarios a causa de que… son los contrarios.

Lo más parecido a un argumento que leí al respecto fue un razonamiento como el siguiente: «Si Sarlo tiene un departamento vacío, vamos a ocupárselo que total no nos va a echar porque va a respetar nuestro derecho a la autodeterminación». Tal ocurrencia esconde una falacia más grande que las Malvinas: Gran Bretaña lleva casi 180 ocupando las islas. ¿Cuánto tiempo tiene que pasar para que, si ocupo una casa ajena y me afinco allí, termine siendo mía?

Aquí no se está hablando de una población extraña que fue desterrada de su lugar e implantada en unas islas perdidas en el Atlántico Sur. Se trata de 3.140 personas (la población estimada en 2008, según la Wikipedia), de los cuales el 70% son descendientes de británicos. Probablemente, isleños —como ellos prefieren llamarse— de varias generaciones. Los habitantes argentinos en las Malvinas (sigo citando a la Wikipedia) son 29, es decir, menos del 1%. Los malvinenses no quieren saber nada con ser argentinos: nos llaman con desprecio «bloody argies» hasta diseñaron tazas en las que la Argentina, literalmente, no existe.

Ya aclaré que no estoy de acuerdo con dejar el asunto librado al deseo de los habitantes de las islas. Pero tampoco me parece que sea un tema para dejar totalmente al margen.

Insisto: lo que me da miedo es la absoluta falta de debate, de discusión. Una voz, una sola, que se elevara sobre las demás para decir que Sarlo, Lanata y compañía están equivocados por tal o cual motivo representaría un enorme salto de calidad. Pero parece que no. En la lógica del «estás conmigo o estás contra mí» es suficiente con repetir frases: hijos de puta, cipayos, traidores, aguante presidenta. Lo más raro fue uno que pedía «hacerles un juicio exprés por traición a la patria y mandarlos a la silla eléctrica a Texas»; raro por esto de pedir que los manden a Texas… No faltará mucho para que aparezca algún cráneo K que proponga una silla eléctrica en San Martín, Ramos Mejía o Varela. Una solución nacional, popular y final.


No hay comentarios: