11 de abril de 2012

El misterio de los lectores tántricos




Lectura tántrica: dícese de la lectura que, por medio de diversas técnicas, procura retrasar la llegada al final del texto.

Me lo acabo de inventar, por supuesto. Y hablo de «misterio» porque para mí constituye eso, un verdadero misterio, que haya lectores que eviten posterguen la llegada al final de los relatos. ¿A qué viene todo esto? Empezaré por el principio.

UNO. Estuve en la presentación de la novela La mujer de sombra, de Luisgé Martín (Anagrama). El acto —realizado en la librería-bodega Tipos Infames, en Madrid— empezó con unas palabras del editor Jorge Herralde y prosiguió con una conversación entre el autor y el también escritor, y amigo suyo, Fernando Marías.

Al comienzo de su intervención, Marías contó que en realidad no era tanto lo que podía decir de la novela que estaban presentando porque había abandonado su lectura en la página 210, es decir, 18 antes de llegar al final.

Explicó que había preferido dejarlo allí debido, en parte, a que la trama llegaba en ese momento a un pico de tensión que le hacía temer por cualquiera de los posibles desenlaces. Y, claro, sabía que restaban apenas 18 páginas, que todo debía resolverse allí; lo comparó con una película de Hitchcock en las que uno sabe que faltan 8 minutos y que toda la intriga se resolverá pero no se imagina cómo (y siempre se resuelven bien).

Pero en parte también había abandonado la lectura —y esto es lo que me interesa— porque uno de los personajes (una tal Lucía, cito a ciegas, ya que no he leído la novela) le gustaba tanto que no quería perderlo. Explicó: mientras uno lee un relato, el personaje está presente, va con uno, vive, lo acompaña; en cambio, cuando la lectura se termina, el personaje se instala de manera definitiva en el pasado. Por muchas relecturas que se puedan hacer, estas no serán más que recuerdos de la primera vez. (No lo dijo exactamente así Marías, estoy haciendo yo mi propia versión sobre la suya.) Como no quería perder a Lucía, se estaba resistiendo a leer esas últimas 18 páginas. Lectura tántrica.

DOS. Entonces recordé una anécdota de mis viejos tiempos como estudiante de Letras en la Universidad Nacional de La Plata. Para una de las excelentes clases que daba Cristian Vaccarini debíamos leer El juguete rabioso, de Roberto Arlt; llegada esa clase, mientras hablábamos de la novela, un compañero señaló que no la había terminado de leer. No porque no hubiera tenido tiempo, sino porque tenía por costumbre postergar la lectura de las últimas páginas de las novelas. Cometí el error de no preguntarle por qué. Pero no se me ocurre otra explicación que la búsqueda de prorrogar el placer. Como apuntaba Marías: no perder lo que se está viviendo. Es decir, lectura tántrica.

TRES. Googleo «lectura tántrica» y el único resultado que obtengo relacionado con la literatura es un artículo de El País que habla de un encuentro de escritores en Barcelona de un año atrás, en abril de 2011. El cronista eligió la expresión para titular el texto, tomada del diálogo entre los autores. Después de que Nuria Amat dijera que lee —según el cronista— «en la cama, saboreando muy lentamente las historias que le gustan», Sergi Pamiès respondió: «Te acercas a la lectura tántrica, Nuria. Yo soy de sillón y voy muy de prisa si me gusta. Eyaculación precoz, vaya».

Googleo «lector ideal» y —oh maravillosa red de redes— el primer resultado es justo lo que buscaba, un texto leído en la revista Ñ de Clarín hace muchos años, que nunca había vuelto a ver y del que no recordaba más que una línea. La que dice:

El lector ideal desea llegar al fin del libro y, al mismo tiempo, que el libro no acabe.*

Así me siento yo desde siempre. En medio de esa contradicción, así leo cuando me gusta lo que leo: a velocidad crucero, sin tantras ni precocidades, con ganas de saber cómo termina todo (porque, como ha anotado Piglia y como ya hemos citado nosotros por aquí, «los finales son formas de hallarle sentido a la experiencia») y de que no se termine nunca. Un buen libro es eterno mientras dura.

CUATRO. Fernando Marías acabó confesando que era mentira. Que sí había leído La mujer de sombra hasta el final. Había engañado hasta al propio autor, su amigo Luisgé Martín. Eso tenía más sentido.

Sin embargo, los lectores tántricos existen, me animo a afirmar. Se me dirá que cada uno tiene su propio ritmo de lectura, como cada uno tiene sus propios ritmos para caminar, para comer, para practicar el sexo. Pues sí. Pero para mí no dejan de ser un misterio.


* El autor del artículo es Alberto Manguel. El resultado de la búsqueda del que hablo no es el que enlazo; decidí enlazar este porque es más fácil leer el artículo; el resultado original es un PDF que incluye varios textos antes del de Manguel; se puede leer haciendo click aquí.

1 comentario:

Octavio Echevarría dijo...

Me parece maravilloso ese retraso del placer, sobre todo porque tengo una tendencia a la precocidad. A ansiar el final. Entre los 12 y 13 años, creo que leí una treintena de libros de Ágatha Christie. Recuerdo que era tanta mi curiosidad que he llegado a leer anticipadamente las últimas palabras.
También recuerdo el llanto al final de libros como Noche eterna y El asesinato de Rogelio Ackroyd, por la partida (de mi, no es que murieran) de mis personajes favoritos.
El término "lectura tántrica" me parece un feliz hallazgo. De la escritura precoz sí que vengo hablando desde hace mucho y me hago cargo de sufrirla. Se trata simplemente de un acortamiento pronunciado del texto por la ansiedad de llegar al final. No hay medicación específica hasta el momento.