20 de junio de 2012

Dublineses encantos (1)

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Muchos de los aviones de la aerolínea irlandesa Ryanair tienen publicidad de una empresa italiana de valijas que se llama Eastpak. El que me trajo de regreso de Dublín era uno de ellos; el anuncio que tenía más cerca era el que se ve en la foto de aquí al lado. El texto en inglés se puede traducir como: «¿Cuándo fue la última vez que hiciste algo por primera vez?». Me puse a enumerar: este fin de semana por primera vez:

1) Visité Dublín, Irlanda y el Reino Unido de Gran Bretaña.
2) Estuve en un isla.
3) Viajé solo por un país cuyo idioma no es el español.
4) Participé en la celebración del Bloomsday.
5) Retiré libras esterlinas de un cajero automático.
6) Fui huésped, sin ir con nadie conocido, en un hostel.

Y así podía seguir. Y me dije que no estaba mal.

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Dublín fue declarada «City of Literature» por la UNESCO en 2010. Fue la cuarta en adquirir tal honor, después de Edimburgo (Escocia), Melbourne (Australia) y Iowa (EE. UU.) y antes de Reykjavic (Islandia) y Norwich (Inglaterra). Salvo en una, la capital islandesa, en todas las demás el idioma oficial es el inglés. ¿Curioso? Para nada…

Los dubliners se jactan de que su ciudad fue cuna de cuatro premios Nobel: W. B. Yeats, George Bernard Shaw, Samuel Beckett y Seamus Heaney. Sin embargo, sus nombres más grandes son otros: Jonathan Swift, Oscar Wilde, Bram Stoker y, por supuesto, James Joyce.


Cortázar hizo célebre entre nosotros la frase de Mallarmé de que la realidad debía terminar en un libro. Muchas veces, yo tengo la sensación de que la realidad empieza en los libros, y por eso cuando visito una ciudad el mapa que se impone por sobre cualquier otro es el mapa literario. Y en este caso concreto, mi fascinación por Joyce y en particular por todo lo que rodea a la figura de Joyce y la escritura y publicación del Ulises se imponían sobre todo lo demás. Pero como a eso dedicaré un próximo artículo en el blog, por ahora lo dejaré a un lado y hablaré del resto de Dublín (que también lo hay, aunque parezca raro).

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Es fácil agarrarles cariño a los irlandeses cuando te cuentan su historia y te explican que perdieron casi siempre. A lo largo de los siglos, fueron sucesivamente invadidos por los celtas, los vikingos, los normandos, los británicos… Además, sufrieron épocas de terrible miseria, hambrunas que diezmaron su población: me explicaban que, antes del período fatal de hambrunas que abarcó más de un siglo desde mediados del XVIII, la población total de la isla era de 8 millones de habitantes, que tras esos años quedó reducida a 2 millones y en la actualidad es de 6,7 millones (incluyendo Irlanda del Norte). Es decir, no puede alcanzar todavía aquella cantidad de población.

Así que ahí están los irlandeses, y en concreto los dublineses. Con la ciudad embanderada para vivar a su selección en la Euro 2012 (los carteles alentaban a los «boys in green», no sé si en alusión a los «men in black» de la película cuya tercera parte se acaba de estrenar), aunque justo antes del día de mi llegada habían sufrido un 0-4 ante España que los dejaba eliminados… Pero orgullosos de sus muchachos, pese a todo.



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Como ya dije, era la primera vez que viajaba solo a un país cuyo idioma oficial no es el español. Iba un poco inquieto debido a eso. Pero al llegar al hostel en el que me alojé recibí una grata sorpresa. Había dos chicas en la recepción: una española y la otra argentina. «Dublín está lleno de argentinos», me dijeron. Y la verdad es que hay muchos, residentes y turistas. Como para corroborar eso de que los argentinos estamos en todas partes. También hay muchos españoles, que huyen de la crisis…

La española del hostel, que se llama Mayte y es de Salamanca, también trabaja como guía para una empresa que organiza tours por la ciudad. Duran tres horas y son «a voluntad»: no tienen un precio fijo, sino que al final uno le deja al o a la guía un dinero según lo considere oportuno. Hice el tour y la verdad que es muy recomendable. La guía no fue Mayte sino María, una alicantina muy simpática también radicada allí. Fuimos unas treinta personas haciendo el recorrido, de las cuales la mitad, o más, éramos argentinos; el resto se dividían entre españoles y brasileños.

Algunos de mis compañeros de tour me dijeron que ya habían participado en otros de la misma empresa en otras ciudades europeas, y que también estuvieron muy bien. Así que, quien vaya a visitar alguno(s) de esos lugares, puede tomar la recomendación. Es una muy buena manera de tener una impresión general de la ciudad, y luego ya puede elegir cómo seguir su propio itinerario…

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Una de las figuras emblemáticas de la ciudad, más allá de la literatura, es la de Molly Malone. Me ahorro su historia: la pueden conocer acá. Simplemente les dejo la canción que le rinde homenaje…
 


… y, como no podía ser de otra manera, la foto que me hice con ella (me la sacaron unos turistas argentinos que pasaban por ahí).


Molly se llama también la mujer de Leopold Bloom, el protagonista del Ulises. ¿Estará en Molly Malone el origen del nombre de Molly Bloom? Pero ya dije que en este post no hablaría de literatura, así que cambiemos de tema.

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Es sábado y en pleno Dublín vuelvo al hostel y, como en Irlanda hay una hora de diferencia con España, calculo mal el horario y solo llego a escuchar el último cuarto de hora del partido. Y no puedo creer que vayamos perdiendo, y cuando nos dan el penal estoy seguro de que nos lo regalaron, y digo bueno, al menos un empate, y va el Chori Domínguez y se lo atajan y puteo y me acuerdo del penal de Pavone contra Belgrano hace casi un año y me pregunto por qué, carajo, por qué, será posible, la puta madre que los parió. Al día siguiente el triunfo de Chacarita me devuelve el alma futbolística al cuerpo viajero.

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Otro de los atractivos de la ciudad es la cerveza Guinness, creada en Dublín por don Arthur Guinness en 1759. Es una auténtica delicia. Así te la cobran, también: por lo general, una pinta (un vaso de algo más de medio litro) cuesta en los bares entre 5 y 6 euros. Me tomé una por cada día que estuve allí. Religiosamente.

Y también visité la Guinness Storehouse, el edificio donde se hallaba la antigua fábrica de cerveza convertido ahora en una especie de museo. Me lo habían avisado: la visita no está taaan buena, pero es un poco una de esas cosas que, si vas a Dublín, tenés que hacer. También la entrada es cara: 14,60 euros. Incluye una pinta, que te podés tomar en el Gravity Bar, el bar que está en la séptima y última planta del edificio, con vistas panorámicas (de 360 grados) de todo Dublín.




Por cierto, sabrán disculpar la ignorancia, pero me enteré allí, en la storehouse, que el Libro Guinness de los Récords se llama así porque fue un invento de la cerveza Guinness. Yo pensaba que se trataba de una mera coincidencia de nombres. De las cosas que uno se entera viajando…

Lo dicho: no es ninguna maravilla, pero ¿cómo dejarlo pasar?

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Hay mucho más para contar, desde luego. Un último (por ahora) detalle de color (literalmente): las puertas.

Las puertas de colores son típicas de Dublín. Hay dos historias que explican su origen. Una dice que cuando murió la reina Victoria, en 1901, los irlandeses, todavía bajo dominio británico, se vieron obligados a guardar luto; pero como en realidad estaban contentos, decidieron celebrarlo a su manera: pintando las puertas de colores. La segunda señala que los colores fueron para ayudar a identificar sus casas a los vecinos, tan dados como son a llegar borrachos como cubas y a confundir unas puertas con otras. Vaya uno a saber si alguna de las dos, o ambas, son verdaderas. Lo cierto es que los colores en las puertas aportan un toque muy pintoresco al espíritu de la ciudad.



Y ahora sí me voy, que no quiero aburrirlos.



(Pero aviso: próximamente:
-«Happy Bloomsday»
-Belfast, la Irlanda británica y el Titanic
-La «abandonada» torre de James Joyce
-Y más impresiones dublinesas…)


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